Por culpa de San Francisco

Por culpa de San Francisco

Por culpa de San Francisco
Por culpa de San Francisco

Por culpa de San Francisco NOOOOO, del Santo noooo. Pobre San Francisco, él sólo le dio el nombre a la Ciudad. La culpa es de los organizadores del Rally. Ellos son los culpables. Paso a describir.

El viernes 7 de agosto llegué a la sede de nuestro Club para la consabida cena semanal. Ya al entrar, la sensación no fue del todo agradable. El querido Sauce del estacionamiento cubría con sus ramas apenas un par de autos. Hummmmm… … ¿qué pasa aquí? pensé, intrigado. Al entrar, apenas unas pocas mesas tenían mantel. Le pregunté a Lucy ¿Hoy es viernes? Me miró como si estuviera viendo a un moscovita después del vodka.

El salón estaba despoblado, frío. En la secretaría, el Tesorero Motyluk apuraba un trámite pues tenía un tema familiar; Laurita, con su ostensible embarazo, cerraba cajones para fugarse y el Vicepresidente Comba se ponía la campera pues se iba a un Rally del litoral. A los dos minutos sólo quedaba en la Secretaría la luz del monitor de la compu de cortesía.

¡¡¡Qué pasa!!! Casi grité medio desesperado en el medio del salón. Mi voz rebotó en las paredes, pletóricas de acústica por el vacío reinante. "San Francisco", dijo una voz, quedamente. ¿Qué le hicimos a San Francisco? ¿No cumplimos una promesa? ¿Sacrilegio? Me desesperé más. Pero ahí, rápido como soy de entendederas, comprendí: era el fin de semana del Rally de San Francisco.

Claro. Sólo los distraídos habíamos ido al Club. Quince varones y, créase o no solo, tan solo, tres Señoras. Los que estaban atentos sabían lo que iría a pasar ese viernes, pues 20 autos y una cantidad muy considerable de Socios emigrarían a Córdoba, diezmando las filas societarias. Así que, sabiamente, no fueron al Club anticipándose a la despoblación.

Lo peor de todo es que las 3 únicas Señoras presentes se apoderaron de la SACROSANTA MESA 10, donde lo más granado de la rudeza societaria sienta sus reales cada semana. Mesa de gritos y palabras soeces, bromas de peso, rudeza de vikingo, olor a hombre. Mesa donde truena la voz de Pancho Scarlato y Balduccio come lo que quiere y no lo que hay ese día. Mesa donde se cuelgan tempranamente las camperas sobre sus sillas para reservar el codiciado lugar. Esa mesa estaba ocupada por 3 señoras, humillando nuestro varonil orgullo.

¿Por qué no lo impedimos? Sí, sí, es muy fácil decirlo… Los pocos hombres que estábamos, incapaces de enfrentarlas (éramos apenas 5 hombres por cada Señora…) calladamente, en un humillante enroque, ocupamos la larga mesa habitualmente femenina, poniendo en tela de juicio, durante tres largas horas, nuestra masculinidad. Confieso que en algún momento nos pareció escuchar voces del más allá hablando de hijos y nietos, el tejido y alguna que otra receta susurrada por Cristina Doval. Esa noche hablamos de política. No nos salió hablar de fierros. Tan desorientados estábamos. Sólo la rudeza de la voz de Jachuf nos mantuvo varones. Me costó dormir esa noche.

Un verdadero bochorno. Y todo por culpa de los piamonteses, su sublime salame chacarero, la cálida amistad de tantos años, la capacidad para organizar y la enorme hospitalidad de los del hermano Club de San Francisco. Sobre la base de esa hermandad es que los perdonamos. Y nos alegramos tanto de su éxito y récord de asistencia. Se lo merecen.

Eso sí, el próximo año, si no voy a su Rally… me quedo en casa.

Por: Orlando Bongiardino