NSU PRINZ

Andanzas de uno, como cualquiera de nosotros, pero peor…

NSU PRINZ

Como 0 km. Dueña vende

NSU PRINZ

Durante prácticamente las dos primeras presidencias de Perón, la importación de automóviles estuvo prohibida. Sólo se exceptuaban de tal prohibición los autos destinados a algunos pocos privilegiados y los para diplomáticos.

En aquellos tiempos, los argentinos que querían un auto importado nuevo sólo podían adquirirlo a través de algunas embajadas extranjeras.

El mecanismo implementado era éste: numerosas embajadas de países del tercer y cuarto mundo incorporaban en su plantel a decenas de empleados de baja categoría (choferes, cocineros, mucamos y similares) a los que les conferían rango diplomático, lo que los habilitaba a importar un auto que sólo podían transferir a los cinco años o al cesar en sus funciones y dejar el país. El interesado pagaba entonces el costo del auto elegido y la embajada gestionaba el trámite de la importación. Llegado al país, se completaba el precio final acordado y al empleado se lo cesaba en sus funciones, con lo que el móvil se podía transferir. Largo, caro y complicado, pero posible. Al parecer, a la Cancillería no le importaba que la señorita Eaea Apepé, con su magro sueldo, pudiera comprarse un Cadillac y venderlo a los 3 meses de recibirlo, retornando de inmediato a su patria; (digamos: Macacolia)

A partir de 1956 el gobierno de facto inició un plan de reactivación industrial, cuyos efectos más evidentes se dieron en el campo automotriz. Así fue que se instalaron numerosas terminales que comenzaron a fabricar –con mayor o menor grado de integración, ya que algunas eran solamente plantas de montaje- decenas de marcas de autos, motos y camiones extranjeros.

De EEUU: Ford, Chevrolet, Chrysler, Kaiser, Studebaker. De Inglaterra: Morris, MG, Bedford. De Francia: Peugeot, Citroen, Renault, Simca. De Italia: Fiat, Alfa Romeo, Cisitalia, Lambretta, Cecatto, Capri, Paperino. De Alemania: Mercedes Benz, DKW, Taunus, Borgward, Opel, y un numeroso grupo de los llamados microcupés, como BMW, NSU, Isard, Heinkel y Messerschmitt. Estoy citando de memoria, por lo que es seguro que me olvide de alguna marca.

La avidez del mercado se manifestó de inmediato, y las terminales no lograban satisfacer la demanda. Tal cantidad de autos en manos de tantos potenciales aficionados a las carreras se tradujo en la inmediata implementación de un dilatado programa de competencias para automóviles de todas las categorías, la menor de las cuales era la de menos de 600 cc.

En esa categoría se destacó de inmediato el NSU Prinz, del que había dos versiones: el 20 y el 30, de 24 y 34 HP respectivamente. Más tarde se agregaría la bonita cupé Sportprinz, de la que no hablaremos aquí.

El NSU fue inmediatamente bautizado como "la galerita" por los aficionados, gracias a que su perfil lateral casi simétrico remedaba la forma del sombrero. En la versión de calle, el NSU de 34 HP desarrollaba 116 kph, de acuerdo al test de la revista "Parabrisas"; la suspensión trasera, con sus rueditas chuecas que perdían adherencia con teutónica determinación, en la versión "corsa" requería que se las despatarrara para neutralizar la tozudez del Prinz para entrar en trompo.

El NSU fue inmediatamente bautizado como "la galerita" por los aficionados, gracias a que su perfil lateral casi simétrico remedaba la forma del sombrero.

NSU PRINZ

A mis 19, 20 años, yo era fanático del NSU, que dominaba su segmento en la clase Standard Mejorado. El auto que yo manejaba entonces era el Lincoln Cosmopolitan ´50 de mi padre, quien por cierto se lo había comprado a un diplomático. El Cosmo era lo menos deportivo que se pueda concebir, más allá de que cuatro Lincolns ocuparon los primeros puestos en la Panamericana de 1953.

Yo había empezado a correr en karting, por lo que se supone que mi pasión fierrera estaría satisfecha. Pero recuerdo que la "galerita" me atraía como un plazo fijo a Néstor.

Aquí entra en escena mi amigo Emiliano Baby Argilés. Baby vivía en Mar del Plata, donde su padre, un enigmático valenciano de rostro pétreo que conducía un enigmático Opel Kadett ´38, tenía un hotel. Baby, de carácter reservado y poco comunicativo, era, no obstante, un todo corazón. Cuando mis amigos y yo nos reuníamos en las vacaciones de dos meses que se estilaban entonces, el lugar de reunión era el hotel de Baby. La conversación giraba inexorablemente alrededor de los autos. Carlos B. le manoteaba el Taunus 56 a su padre, con el que salíamos a patrullar (con el Taunus; no con el padre).

El Lincoln era el budoir donde se atendían los frutos del patrullaje en cuestión. Con el Lincoln no se podía salir a levantar, porque las candidatas seguro que iban a pensar que eras el hijo de un chofer de Lázaro Costa.

Las interminables charlas eran surrealistas: cuando te tocaba el turno tomabas la palabra y mentías, inventabas, disparatabas, exagerabas. Isettas a 120, bolitas a 140, Borgwards a 170 y demás divagues, consentidos sin discusión por el tolerante concilio.

En el ´60 Don Emiliano decidió mandar a junior a estudiar economía en Buenos Aires. La cosa no prosperó, y a los pocos meses Baby retornó a Mar del Plata, con la frente marchita. No por el mucho estudiar, porque durante su paso por Baires el muchacho se rascó el sistema génito-urinario con una garra de titanio. Se sacó sangre...

Vuelto a La Feliz –en aquel tiempo era feliz en serio- el adusto de Don Emiliano lo castigó a Baby... asociándolo a una agencia NSU!!!!.

(¿A eso le llama justicia, don Emiliano? ¡No hay derecho!!!!).

En menos que canta un gallo (uno rápido), Baby estaba al volante de un Prinz 20, al que la agencia (vaya filibusteros) se lo vendió al vivo de don E. como un 30. El comité técnico, del que este servidor formaba parte, descubrió la superchería y acompañó al propietario hasta la agencia, donde después de amenazas surtidas logró que se lo cambiaran por el posta.

Una anécdota de don Emiliano al mando del Prinz: durante el tiempo que lo tuvo a su cuidado, antes del retorno del Hijo Pródigo, el valenciano fue con el móvil a comprar vituallas para el hotel. Concretada la compra, metió verduras, pollo y mariscos en lo que él creyó que era el baúl. Cuando llegó al hotel, abrió la tapa del supuesto maletero y se encontró con una paella humeante, pegoteada a un artefacto mecánico que parecía un motor. Carlos B., que algunas veces ha dicho la verdad, jura que es cierto.

Al poco tiempo, el buen Dios, en una sola operación, por una parte le quitó temporalmente la razón a Baby, y por otra nos gratificó por nuestros buenos oficios. Baby decidió llevar los cero kilómetro desde la fábrica hasta Mardel por la Ruta 2, invitándonos a conducirlos.

(¡Gracias, Señor, gracias! Pero me parece que a Baby lo estás perjudicando. Perdón, Señor, por lo que acabo de decir; y también por lo que voy a hacer en breve!).

Los tres integrantes de la asociación ilícita nos pasamos las horas previas a la partida rezando, rogando para que Baby no recuperara la razón. No la recuperó. La mente humana es insondable.

Los cuatro – tres insensatos más Baby- fuimos a la fábrica Autoar en El Tigre y retiramos los coches. En aquellos tiempos los autos se entregaban a las agencias sin la menor preparación: ruedas desbalanceadas, dirección desalineada; faros idem. Se suponía que tales ajustes correspondían a la agencia. Pero nadie pensó que en ese momento la agencia éramos nosotros. Con sólo mirarnos debieran haberse dado cuenta de que no nos podían dejar partir. Pero nos dejaron.

Llegamos a la Ruta 2 casi de noche. En Florencio Varela nos detuvimos para cambiar impresiones antes del Gran Premio. Ninguno de los autos estaba bien del todo. Y lo peor eran las luces, de por sí exiguas.

En su Prinz particular, Baby había instalado, al frente y en el medio, un enorme Marchal que le comía la energía al asmático generador Dynastart (dínamo y motor de arranque; todo al mismo precio, caballero). Cuando el NSU iba a fondo –siempre- y Baby encendía el Marchal, la velocidad bajaba 20 kilómetros. Para el caso, recuerdo ahora que Baby pretendía que su Prinz hiciera ruido, por lo que lo llevó al taller de Pedro Carlone, el peor mecánico del universo; un buen tipo, seguramente ya difunto, al que le deseo que Dios lo tenga en su gloria y le impida poner un taller en el cielo. Carlone diseñó un sistema de escape consistente en eliminar el silenciador y soldar un par de caños de bronce a la salida del múltiple, con lo que logró que el Prinz hiciera un ruido espantoso y que perdiera muchísimo rendimiento.

Volvamos a la ruta. Direcciones desalineadas, ruedas desbalanceadas, pocas luces, ruta obscura y sin demarcación; pilotos inexpertos y motores en ablande: una combinación explosiva. No teníamos manera de solucionar los problemas técnicos, pero conste que nos empeñamos en ablandar las unidades. Porque juro que a esos indefensos Prinzecitos los ablandamos. Los recontra ablandamos. Los reblandecimos.

De alguna manera llegamos a Mar del Plata. Y el que llegó primero fue quien debía velar por la integridad del material. Si, señores: el ganador fue Baby, quien hizo un promedio de 116 (ver "Parabrisas") kilómetros por hora. Porque el muchacho tenía el zapato de buzo más pesado que conocí en mi vida.

El episodio tuvo la correspondiente sanción moral por parte del socio de Baby (en adelante, El Amoral). El Amoral habló con don E. y decidieron prohibir tales tropelías en el futuro. Optaron por transportar los cero K en los camiones ad hoc: los "Mosquitos".

Sucedió que en un viaje con los NSU a Mardel, se desató una fuerte tormenta. Puede que el chofer se saliera del camino, y la cosa terminó con un Prinz que se soltó y cayó a tierra desde el piso superior.

Lo volvieron a subir y lo entregaron en la agencia. Más que una galera parecía una boina, porque cayó de techo. Enseguida pusieron manos a la obra y comenzaron a repararlo. No pudieron terminarlo porque les faltaban los vidrios y no había repuestos. Le sacaron el parabrisas y la luneta a un auto chocado que había en el taller, y en las ventanillas le pusieron plexiglas.

Y de pronto, Baby cayó en la cuenta: en 3 semanas se largaría la Mar y Sierras Standard Mejorado, para no ganadores. De alguna manera se inscribió, y en el sorteo le tocó largar primero en la ruta. El auto se veía enderezado, pero tiraba a la izquierda más que Chávez. Además, se lo había "preparado". No sé que le habrían hecho pero cuando lo probaron en la ruta alcanzó los 120.

La carrera se largaba desde Miramar, y como dije antes, Baby largaba primero en la ruta. Su novia estaría situada a la altura de Chapadmalal, y el piloto estaba decidido a pasar en punta por donde se encontraba la santa.

Le bajaron la bandera y el tipo soldó la pata al piso. Nosotros estábamos cerca del Faro, preparados para ovacionar al meteoro. Por Chapadmalal pasó primero, pero por el Faro no pasó. Baby le fundió hasta la bocina.

Cuando se abrió la ruta nos metimos y enfilamos hacia Miramar con el vehículo de auxilio (imaginar el reluciente Lincoln negro, de gomas con banda blanca y con la leyenda "auxilio" pintada con cal en las puertas. Surrealismo puro).

Encontramos el NSU al costado de la ruta. Le enganchamos una soga y lo remolcamos hasta la agencia como un barrilete, sin darnos cuenta de que el tipo no veía nada más que la cola del Cosmo. No entiendo la razón por la que no se incrustó en el baúl.

A su tiempo, en el taller acondicionaron el auto, lo pintaron y le hicieron el motor. El "cero kilómetro" pasó a exhibirse en la vidriera de la agencia. Un día apareció una dama interesada, y El Amoral se lo vendió, recomendándole: "No me lo pase de 60".

Por alguna extraña razón, el Prinz, ahora, tiraba a la derecha. Cuando la mina lo llevó para hacerle el service de los 500, aparte de quejarse porque gastaba mucho aceite, declaró: "Tira a la derecha", y El Amoral le largó: "Es normal"

Eso fue todo. Se le perdió la pista al Prinz, que no volvió más a la agencia. Nunca pudimos ver el aviso clasificado que Baby nos dijo que se publicó en el diario La Capital: "Dueña vende NSU Prinz 30. Impecable; como cero kilómetro. Unica mano. Teléfono XXXXXX".

Otra Amoral.

Por: Guillermo Aguirre