Las picadas de Ezeiza

Andanzas de uno, como cualquiera de nosotros, pero peor…

Las picadas de Ezeiza

Las picadas de Ezeiza
Las picadas de Ezeiza
Ike Eisenhower en un Cosmo igual al nuestro
Ike Eisenhower en un Cosmo igual al nuestro

Mi hermano, el confiable Abanderado Con Anteojos, en complicidad con este servidor (ni abanderado, ni confiable, ni nada; sin anteojos), decidió practicarle al Lincoln Cosmopolitan 49 de nuestro padre, un escape contra natura. Una salida hacia el costado derecho, oculta y terminada con un tapón roscado. La irregular operación se practicó en el taller del gallego Pérez Fandiño (otro con cara de confiable, pero no).

A partir de entonces, los viernes a la noche, el Lincoln, lejos de dormir el sueño de los justos en el garage, disipaba su vida en trasnochadas, alocadas veladas.

Las picadas se celebraban en un circuito que rodeaba a las piletas de Ezeiza. Centenares de autos de toda marca y modelo -y tipos de toda marca y modelo- se daban cita. Para ver y ser vistos. Para fanfarronear. Para payasear. Para divertirse con el psicodélico espectáculo.

Por supuesto, estaban los que iban en serio; autos más o menos preparados cuyos conductores se desafiaban y protagonizaban carreras por guita. No era nuestro caso.

El plato fuerte de la noche, por lo menos para nosotros, éramos nosotros mismos con nuestros coches, no de carrera. Se habían formado unas categorías hilarantes. "Jeeps contrapesados": un conjunto de descerebrados con Willys guerreros, cuyos acompañantes suicidas hacían todos los firuletes de un copiloto de sidecar de moto. En las curvas, todo el cuerpo afuera. Y todo el cerebro, también afuera.

Después veníamos nosotros: "Cosas Grandes Negras". Además de mi hermano y yo (el piloto), corrían el Cadillac 48 del abuelo de Carlos L; el Packard 47 del padre de Carlos B; el Buick 49 Dynaflow del padre de Chacho G; el De Soto 48 del padre de Beto R.

El extraño Rover 48 del padre de Willy P. "El que usan en Scotland Yard", decía Willy (¡Andáaaa!). Todavía no se conocían autos de esa marca en Buenos Aires:
_"¿Qué marca es, flaco?"
_"Rover".
_"Qué, ¿cómo el Lanrove?".
_"Sí".
_"Qué, ¿también hacen autos?"

Además, corrían otras cosas, sí bien grandes, no negras; como un Pontiac 51 convertible blanco; un Oldsmobile 52 gris, chapa diplomática, afanado del garage por empleado esquivo; un Buick 48 celeste y un La Salle 40 verde. Por último, habíamos admitido a desgano al grasa de Alfredito L. con su Ford 49 negro y amarillo.

El reglamento era, indudablemente, elástico.

El Lincoln lanzado, era pavoroso. Con el escape libre, todas las luces encendidas, sin overdrive pero con rueda libre, mandándole acelerador a chorros rolaba como la Fragata Sarmiento.

Las gomas quedaban de borrar. Los frenos: al principio, calientes; luego, incandescentes; al final: no sabe no contesta.

El Cosmo había nacido para navegar, solemne, por rectas carreteras, y se negaba a gritos a hacer lo que le exigían.

Pero sonaba muy bien. Regulaba "Raggleee, raggleee, raggleee" y aceleraba "Grraaabbbgtttrrrrr" y "brraaaaaaamgblghhhh".

Otros autos hacían otros ruidos. Los V8 eran bastante parecidos, pero ninguno con escape libre. Los ocho en línea sonaban más raro, más parejo. El Buick automático hacía un ruido parecido a un sifón de soda: "FFFSSSSShhhhhhh".

Al De Soto los chicos le hicieron, directamente, un agujero en un silenciador y el ruido era asqueroso. Sólo el Ford 49 del Grasa tenía un auténtico escape libre. Hecho por el padre, no hay derecho.

Una noche faltó El Grasa, y ¿adivinan quién ganó?: este servidor, gracias. "Gracias, Don Luiselía, gracias. Agradecemos también a nuestro preparador gallego don Antonio Pérez Fandiño, sin cuya colaboración no hubiéramos podido hacer semejante ruido".

Pero otra noche malhadada, el Cosmo dijo "Basta", y sopló una junta de la tapa de cilindros. Nos volvimos, resoplando lentamente ("chaf chaf"), al garage. Metimos el auto y nos volvimos a casa pensando en qué explicación le daríamos a nuestro riguroso padre. Estoy seguro que ambos pensábamos en echarnos mutuamente la culpa.

Me imaginaba ante el Tribunal:
-"La culpa, Señor Juez, la tiene ese de anteojos que está allá, escondido debajo de la bandera. Solicito que se le torture y verá que canta. No fue otro que él quien el 24 de Marzo pasado, en horas de la tarde, le pungueara la guita de la cartera a mi vieja –quiero decir a su esposa, Su Señoría, disculpe- con la que pagó el caño de escape apócrifo que le metió al auto, en el taller de un mecánico extranjero indigno de confianza". Ya me veía, sancionado de igual forma que mi buen amigo Roberto V. Vean esto: el padre de Roberto compró un Kaiser Carabela. Había gran demora para la entrega, y los padres estaban en Europa cuando llamaron de la agencia Donati para avisar que mandaran a retirar el auto.

Roberto pidió y obtuvo apoyo moral del que suscribe y del también inimputable Jorge D. Por esas cosas de la vida, la agencia le entregó el auto a Roberto, con el compromiso expreso de llevarlo sólo hasta el garage de su padre "que lo estaba esperando". (Sí, en el Moulin Rouge....)

No fuimos al garage. Fuimos a Mar del Plata. Establecimos el record de velocidad, todavía no superado, para la categoría: "Kaiser Carabela 0 Kilómetro, conducido a fondo por piloto enardecido. Neutralización en Mar del Plata para tomar café con leche con 32 medialunas y vuelta otra vez a fondo. Incluye principio de incendio en tapizado por acción de pucho, sofocado mediante aguas vejigales por acompañantes. Con emisión de ruidos terroríficos provenientes del impulsor, temperatura elevadísima y olor nauseabundo a su ingreso a parque cerrado".

Cuando el viejo de Roberto volvió de Europa, el auto estaba de vuelta en la agencia Donati, a donde Roberto lo había llevado exigiendo que lo arreglen antes de la llegada de su padre... "Porque si no, papá les va a armar un terrible despelote".

¿Adivinan el resultado?: Donati 10, Roberto 0. Don V. lo descalabró a patadas, lo privó de salida y le suspendió la mensualidad hasta que cumpliera los 40.

Volviendo al Lincoln: con esos antecedentes, estábamos virtualmente aterrorizados. Como es lógico, comenzaron las promesas a Santos y Santas previamente defraudados. Me da vergüenza revelar lo que prometí no hacer más, lo que por otra parte –en realidad, por la misma parte física - seguí haciendo.

_"Sí, Don Luiselía. Nos retiramos. Este equipo ganador se deshace por motivos familiares Yo pienso tomar los hábitos y mi hermano abandonar sus malos hábitos".

Pero todo se arregló por intercesión de Juan. Cuando fue a sacar el auto y descubrió el daño, creyó de buena fe que la cosa sucedió porque tenía que suceder, y con autorización de mi padre hizo cambiar la junta en la agencia Lincoln Stanton de Riobamba y Santa Fe.

Cuando lo fue a retirar, le preguntaron por el origen del caño... Juan se metió en la fosa y casi muere de un síncope. Se lo hizo sacar y dejarlo original.

Luego, vino a casa y nos echó una interminable filípica en su extraño idioma (cuando se ponía nervioso hablaba muy rápido y se comía la primera sílaba de las palabras largas: "¡¿Tedes quesecren, que soy túpido?!" Pero su gran corazón privó por sobre su honestidad y lealtad al patrón.

Eso sí: nos hizo jurar que jamás, jamás, jamás, tocaríamos el auto sin permiso suyo. Nosotros juramos. ("¿Dónde hay que firmar?")

Un año después, el formidable apetito (70 km. con 20 litros) del Cosmo empezaba a ser demasiado, incluso para la época, cuando la nafta no valía nada. Las reparaciones eran costosas y no había repuestos. Amigos de papá le aconsejaron que se desprendiera del auto mientras estuviera bien. Así fue que un día, el Lincoln pasó a manos de un ingeniero de YPF (¿nafta gratis, pillo?), que se fue muy contento con su adquisición. Nosotros, debo confesarlo, no sufrimos mucho porque ya estábamos cansados del Mamut y anhelábamos que papá comprara otro auto más adecuado a nuestra edad.

Ya comenzaban a popularizarse los autos compactos, más pequeños y económicos. Y monocasco.

Con respecto a esto, escuchen esta historia: Toddy, el cuñado de Willy, trabajaba en la agencia Delger Márquez de Santa Fe y Cerrito, concesionarios Borgward.

Willy y yo, mucho menores, íbamos siempre a la agencia, a oler autos nuevos. Un día cayó una señora para hacerle un service a su Isabella. Con el auto en la fosa, Toddy aprovechó para mostrárselo a un candidato. Le dijo: "¿Ve?, este auto no tiene chasis". La mujer lo escuchó, y cuando Toddy salió de la fosa, ella lo llamó aparte y le dijo: "...Mire: mi marido es abogado. O nos ponen el chasis o les hacemos juicio".

Nos olvidamos del Lincoln. De vez en cuando, cuando se hablaba de autos, en esas bizantinas discusiones juveniles tipo: "Cuál es más veloz, más lujoso, más pesado, mas negro", yo sacaba a relucir la foto (que aún conservo) de la visita de Eisenhower a Argentina, donde se lo ve sobre un Cosmopolitan descapotable que se trajo de USA. "Tomá, gil. El auto presidencial de Eisenhower; mejor que el Cadillac del Pocho."

Pasaron tres o cuatro años. Nos cruzamos con el ingeniero y nos contó que había vendido el auto a un taller de autos de carrera de Palermo, porque los preparadores utilizaban la caja con sobremarcha y los frenos. (La caja, sí; pero ¿esos frenos?) . Dijo también que el motor se lo pusieron a una lancha. Nos dio pena. Mucha pena.

Un día fuimos con mi hermano y unos amigos a ver una carrera de TC, en San Nicolás. Al acercarse los primeros autos al lugar donde estábamos, a unos 400 metros de una curva cerrada, cuando pasó Garavaglia, sin saber por qué, prestamos atención: Primera. Segunda. Tercera. Trak.

("¿Trak?")

El inconfundible sonido del electroimán al acoplar el overdrive retumbó en nuestras mentes. Nos miramos, créanlo, con los ojos húmedos. Como los padres del donante de un riñón cuando se encuentran con el receptor vivo.

Éramos jóvenes y jamás se nos había pasado por la mente la posibilidad de conservar el Cosmopolitan. No quisimos, no supimos, no pudimos.

Mi hermano maneja muy mal, como buen médico. Su concepto del fierro del deporte consiste en acelerar, en una autopista despejada, de 96,5 a 132,8 kph, en 5ª velocidad. Te mira de coté y te larga: "¿Qué talco?" Un asco.

Ahora usa lentes de contacto y ya no puede molestarme como antes, cuando se especializaba en encontrar nombres de autos desconocidos para mí: "Tatra", o "Salmson", o "Imperia". Ya me las va a pagar.

Además, se enamoraba de pilotos extravagantes. Tenía una foto dedicada a él por Natalio Cataudella, aunque estoy seguro que la dedicatoria era falsa. El tano con mameluco jardinero; camisa abotonada hasta el cuello; el pié con medias y zapatos de calle apoyado displicentemente en el guardabarros de una Estanciera en cuya puerta se lee: "Auxilio", lo que parece una súplica.

Más de una vez remolcó a la Estanciera con el auto de carrera. Cataudella era el que, cuando le avisaron que el auto perdía aceite, dijo: "Se perde é per que tene". (El Sócrates de Catanzaro).

Mi hermano coincide conmigo en que no hubiéramos podido hacer nada por el Lincoln. Observen la foto inserta, en la que estamos en Tandil, con el Cosmo de frente que parece dedicarnos una cromada sonrisa de su parrillota. Nosotros, con botas y anteojos Clipper. Nos falta una bufanda de seda blanca al cuello.

Ahora, 40 años después, pienso: ¡Cómo me gustaría tenerlo, brillante y reluciente! Nos decían que parecía una carroza fúnebre. Y sí, era solemne y majestuoso. Con el escape libre parecería el auto insignia del licenciado Péculo para el velorio de Pipo Cipolatti.

No doblaba, no frenaba, gastaba mucho, calentaba. Pero lo ponías mano a mano en la ruta con otro de su época, y después me chiflabas. Y si lo tuviéramos, hasta por ahí le pondríamos de vuelta el caño trucho, le sacaríamos la tuerca, y.... ¡música, maestro!

Bueno: basta, que duele. ¿Tienen vida los autos? Muchos creemos que sí. Por eso se me estruja la garganta.

------CONTINUARÁ------

Por: Guillermo Aguirre