ISARD 700 – UN AUTO BIEN ACEITADO. PARTE III

Andanzas de uno, como cualquiera de nosotros, pero peor…

ISARD 700 – UN AUTO BIEN ACEITADO. PARTE III

Y vos ¿de qué lo querés?

ISARD 700 – UN AUTO BIEN ACEITADO. PARTE III
ISARD 700 – UN AUTO BIEN ACEITADO. PARTE III

Dejamos el Isard en tan buenas manos, y nos fuimos a caminar por la linda Mendoza. Desde la tarde anterior estábamos alojados en casa de los tíos de Willy. Los amabilísimos –Cnel. (RE) Francisco Plate y su señora esposa "La Gringa", ex Reina de la Vendimia, más linda que una bolsa de guita- nos recibieron como a los tres caballeritos que no éramos.

Nos atendieron, nos alimentaron y nos mimaron. Pero la que yo quería que me mimara, la gloria cuyana, azafata de Aerolíneas, ex Miss, etcétera, estaba de novia con un bodeguero. Repito: de novia con un bodeguero.

("Coronel, Usted que debe saber de explosivos: ¿cuánta dinamita se necesita para hacer volar una bodega?. Más o menos")

Empezamos mal. Yo creía que en Mendoza íbamos a hacer roncha, como en realidad sucedió más tarde. Pero no estaba preparado para el patadón con que se me recibió.

Para el caso, debo decir que encontré, rápidamente, palenque donde rascarme. Willy y Carlos, también. Willy encontró un palenque y Carlos –como siempre- un establo. Pero esa es otra historia.

Estábamos en la concesionaria Isard. Era cerca de mediodía y en la casa nos esperaban a almorzar. Una de nuestras disipadas costumbres era la de comer de todo y a toda hora. Pese a la inminencia del almuerzo, cuando pasamos por una heladería decidimos que un heladito no nos vendría mal.

Entramos.

Heladero:_"Buen día"
Nosotros: _"Buen día". "Buen día". "Buen día"
_"De cuánto van a ievar?"
Yo: _"Un kilo; de vainilla, chocolate y cabernet". "Ja, Ja, como estamos en Mendoza…." "Bueno: de frutilla"

El tipo llena el tarro, y lo pesa.

_"¿Cuántas cucharitas?"
_"Una sola". Tomo el tarro, me doy vuelta y le pregunto a Carlos:
_"Y vos, ¿de qué lo querés?'"
C:"De vainilla, dulce de leche y borgoña". "Ja, ja" (etcétera).
W: "De chocolate, limón y moscato". "Ja, Ja" etcétera).

El heladero no lo puede creer. Nos los sirve, pagamos y nos sentamos en unas sillas de la vereda para apurar el tentempié. Después sabríamos que se lo comentó a los de la Isard. Acepto que la anécdota es bastante estúpida, pero así ocurrió. Indudablemente, en aquellos tiempos podíamos comer como amoladoras y no engordábamos. No como ahora, que miro una fotocopia de un raviol y aumento un kilo. (Esto no me lo creo ni yo, ni mi esposa ni el Resto del Mundo; pero suelo decirlo).

Vamos a casa. Almorzamos opíparamente. El coronel nos cuenta por tercera vez -una, ayer a la cena; otra, esta mañana, y otra, ahora- que en su época, ellos –los integrantes de la Brigada de Alta Montaña Gral. San Martín (en Mendoza, todo se llama Gral. San Martín. Nunca un El que te dije, o un Pepe) -utilizaban esquíes de madera, atados a los borceguíes con cordones de cuero ..."que si te caías, seguro te quebrabas una pierna. No como ahora, que son de lana de vidrio (sic) y con unas agarraderas (sic 2) que se te sueltan enseguida". Carlos, Willy y yo asentimos en admirativo silencio, procurando que el señor crea que estamos evocando la epopeya, cuando en realidad estamos pensando en que si lo vuelve a contar, vomitaremos los fetucchini. Un par de fideos pugna aún por ingresar a la boca de Carlos.

Cuando el coronel repite lo de la lana de vidrio, a mi se me paraliza la digestión y Willy regurgita algo de tuco. Carlos emite medio metro de fetucchini.

Superamos el momento. Agradecemos, educados, y salimos a la calle, donde eructamos, mal educados. (4.8 en la escala de Richter)

Luego de una breve asamblea, decidimos caminar hasta la agencia, para bajar la comida. Es temprano, pero estamos al pepe.

En ese momento un MG verde, brillante, se detiene ante la puerta de la casa. El intrépido conductor se baja de un salto. Nos pasa por al lado sin saludarnos, y toca el timbre. Al minuto sale la que se imaginan, emperifollada y perfumada. (¡¿Ah, muy piola... Mientras yo estaba escuchando la tercera versión de "Esquíes", de boca de tu padre, vos estabas arriba arreglándote para salir con el bodeguero, casquivana tripulante de cabina?!)

La decisión estaba tomada. Voladura de bodega, envenenamiento del vino y rotura de las botellas. Y, si sobra un cartucho de dinamita, un poco de veneno y una botella sana, se lo embuto, me lo tomo, y se la parto en el mate a la Miss, respectivamente.

La niña, como le decían en su casa, saluda con un besito a su primo (que se hace el inocente pero yo sé lo que piensa), a Carlos (que no se preocupa en hacerse el inocente), y a mí. En mi caso, agrega un revoleo de ojos y pestañas, y trepa al MG exhibiendo una importante porción de gamba. De gamba de Miss.

Al final, la Vida sigue igual, cantaría el bardo de Banfield.

Partimos hacia la agencia, con la idea de caminar las 15 cuadras para bajar la comida. Tanto la bajamos que al pasar por la heladería nos consultamos, para ver si le hacíamos de vuelta el "Y vos…."

Too Much, decidimos. Seguimos hasta la agencia, esperando encontrar al Isard todavía en la fosa. Pero no: está listo, limpito y esperándonos. Nos abrazamos.

El Jefe de Taier no está. Seguro que fue a lustrarse el diente de oro. Interrogamos al de la Pumarola; nos dice que el problema era por una de las valvulitas que hay en las tapas de válvulas, que permitía pasar el aceite por el conducto de recuperación de gases que desemboca en la cubeta del carburador, que al llenarse de aceite producía la fumarola ("¡Cada 33 kilómetros!", gritamos a coro) Suspiramos aliviados. Pagamos alegremente los 90 pesos que costó la reparación, y partimos, felices, a conquistar Mendoza. Agarrate, cordiiera.

Ellos cantaron Cuando pa' Chile me voy, y Los Sesenta Granaderos. Dieciocho y cuarenta y cuatro veces, respectivamente. Cuando, por cuadragésimo quinta vez escuchamos:...."Eran se…, eran sesenta paisanooooooos...", pensamos en declararle la guerra a Mendoza.

Mi vida da un vuelco

Salimos de la concesionaria. Paramos a la vuelta y medimos el aceite. Limpito y en la marca. (¡Olé, ole´olé, olá; Isar, Isar!) Casi decidimos tirar el montón de latas que molestaban en el piso del auto, pero volvimos a la casa y las guardamos en el garage, bien apiladitas, a lo milico.

Nos enteramos de que nos han invitado a una reunión en casa de una niña. Llegamos y nos reciben como a Los Tres Mosqueteros, apelativo que escucharemos hasta que ya no nos haga gracia, una semana después. Mejor nos hubiera caído un Tres Chiflados.

Montones de chicas amorosas, simpáticas y querendonas. Buenos tipos, amables y gentiles. Empanadas y vino. Las empanadas nos interesan (a Carlos le interesaron unas 30), pero el vino, no. Nos miran como a Neptunianos.

¿Qué, no toman vino? Se miran entre sí. ¿Y entonces...qué toman?

Si hubieran dispuesto de la máquina del tiempo y pudieran avanzarla unos 40 años, ya verían qué y cuánto tomábamos.

De cualquier manera lo pasamos muy bien; hicimos amigos y amigas. Guitarreada. Nosotros, los porteños, cantábamos y tocábamos la guitarra. Un interesante rebusque, muy redituable. Cantamos todo el repertorio de Los Panchos y de los Mac Kee Macs.

Ellos cantaron Cuando pá Chile me voy, y Los Sesenta Granaderos. Dieciocho y cuarenta y cuatro veces, respectivamente. Cuando, por cuadragésimoquinta vez, escuchamos:...."Eran se, eran sesenta paisanooooooos...", pensamos en declararle la guerra a Mendoza.

Propusimos un inmediato cambio de tema. . Por suerte apareció una invitación para ir a visitar las termas de Cacheuta, que nos iba a gustar mucho -ia van a ver- nos dijeron.

Agarramos viaje. Iríamos nosotros tres, con las niñas A, B y C. Varios de ellos irían en sus autos. Pero enseguida nos dimos cuenta de que 6 personas eran muchas para el Isard, particularmente en caminos de montaña.

Alguien tenía que bajarse, y no era Willy. Carlos, como siempre en que se pedían voluntarios, se desmaterializó, por lo que me avine a ir en el auto de cualquiera, en la medida en que la B me acompañara.

Sin problemas. Me tocó en suerte viajar en el jeep de (llamémosle) Miguel, un simpático estudiante de medicina que estaba de novio con (llamésmosla) Teresita, quien era la mejor amiga de B.

Quedamos en reunirnos todos, a la mañana siguiente, en casa de alguien. Saldríamos temprano, con intención de visitar los lugares propuestos, almorzar en el hotel de Cacheuta (que estaba cerrado pero abrirían el restaurante para nosotros), y volver a Mendoza antes de que anocheciera.

Miguel, mi guía, le preguntó a Willy si se animaba a manejar en la montaña. Siempre dispuesto a pasarme la piedra pómez, el muchacho contestó que por supuesto, porque ....en Suecia primero y en Canadá más tarde, él había manjeado ....piripípí..... peligrosos caminos......piripipí.....hielo y nieve......piripipí.
(Nene, cuando estaban en Suecia tenías 13 años y en Canadá, 15; pará, che).

A la noche, en la mesa, luego de contar (V) que en su época los esquís eran de madera pero ahora....lana de vidrio y.....agarraderas...., el coronel me preguntó con quién iría yo. Le contesté que con Miguel, el novio de Teresita.

El guerrero de las altas cumbres me dijo que era una buena elección, porque él era amigo de los padres, y el joven era muy responsable y conocía el camino como la palma de su mano. Luego me preguntó en qué auto iría. le dije que creía que en un jeep. El coronel se mostró confiado y satisfecho con la suerte que me había tocado. A mí me daba lo mismo que el que manejara fuera Carlitos Balá y que el auto tuviera 4 ruedas, en lo posible, redondas.

Miguel es muy responsable. Porque en esta bajada muchos se han caído a la acequia, pero el Miguel nunca". Y nos fuimos a la acequia.

Una soleada mañana del día siguiente, un domingo, 4 vehículos partimos en entusiasta caravana. Yo iba en el asiento trasero del jeep Willys, que llevaba la capota colocada, por lo que mi radio de visión se remitía a la ventanita lateral de 20 por 10 centímetros. No veía nada, el asiento era duro, pequeño e incómodo, pero mi compañera de viaje me levantaba el ánimo, festejándome cuanta pavada yo decía.

El veterano Willys era, además, ruidoso. A gritos se me informó que nuestro destino quedaba a unas dos horas de viaje; unos 70 kilómetros.

El experto guía me recomendó que mirara por la ventanita trasera, también de 20 x 10, para ver si todos venían bien. Atrás nuestro venía Willy, canchereando con el Isard.

Habríamos andado unos 33 (treinta y tres, dije) kilómetros, cuando, al darme vuelta, comprobé que nadie nos seguía. Le dije al guía que parara. El tipo paró. Esperamos 5 minutos y dimos la vuelta. A las pocas cuadras encontramos el Isard detenido y con el capot levantado. Todos los de los otros autos miraban el motor. Cuando llegué, alcancé a escuchar a Carlos que le decía a las chicas: "Cuidado; no pisen el aceite. (¡¡¡¿No pisen el aceite?!!!)

Le pregunté a Miguel:
1. ¿La concesionaria Isard estaría abierta en domingo? Respuesta: No.
2. ¿Cuál es la Virgen más efectiva de Mendoza? Respuesta: la de la Carrodilla.
3. ¿Dónde venden ametralladoras? Respuesta: Preguntale al coronel.
4. ¿Acá cuánto te dan por matar a un Jefe de Taller? Respuesta: Bastante. 5. El Isard había vuelto a las andadas. Es decir, a las fumadas.

Me reuní con Willy y Carlos. Nos preguntamos:
1. ¿Y la valvulita? Respuesta: ¿De qué m..... estás hablando?
2. ¿Qué fue a buscar el de la Puma? Respuesta: Una pizza.
3. ¿Dónde vive el Jefe de Taier? Respuesta: en Buenos Aires.
4. ¿Y ahora que hacemos? Respuesta: vamos con el jeep a casa a buscar 10 litros de Supermóvil.

Con el trasero y el ánimo por el piso, volvimos a casa y cargamos las 10 latas en el Isard. No podía ser cierto. Pero con la misma determinación con que en un momento decidiéramos proseguir nuestro camino hacia Mendoza, decidimos seguir adelante, cargando el ominoso litro de aceite en las ávidas entrañas del auto. Cada 33 kilómetros, necesito repetirlo.

La Vida nos da, a veces, compensaciones. La que me dio en ese momento fue la de que Willy y Carlos debieron, en adelante, dedicarse a darle la mamadera al Isard cada 33 kilómetros, con la baja en la estima que la operación conllevaba en la consideración de las bellas A y C.

Por mi parte retorné al terrible asiento del Willys, con mi trasero –dije antes- machucado. Cuando B subió al jeep delante mío, pude comprobar que, en su caso, no se apreciaba machuque alguno..

Llegamos a Cacheuta, almorzamos, tiramos piedras al río que serpenteaba allá abajo, expresamos nuestra rendida admiración por la gesta Sanmartiniana y por aquellos heroicos sesenta granaderos (¡piedad!), tiritamos un poquito y trepamos a los móviles.

Después de una hora de viaje en descenso, el tibio solcito vespertino, el ámbito cerrado del jeep y la modorra post-almuerzo me pusieron en situación beatífica.

En un momento iniciamos una larguísima bajada en línea recta, por una ruta bordeada, a cada lado, por acequias.

Por algún motivo recordé que nos habían dicho que –en Mendoza- la siesta era sagrada. Pensé: (¿Este tipo estará acostumbrado a dormir la siesta? Porque si se llega a apolillar....).

Observando que el jeep no iba en perfecta línea recta, me animé a decirle al guía:
_"¿Vos no dormis la siesta?"
_"No. Porque io estudio en Córdoba, y aiá no se duerme la siesta"
Teresita se dio vuelta y me dijo:
_"Miguel es muy responsable. Porque en esta bajada muchos se han caído a la acequia, pero el Miguel nunca".

Y nos fuimos a la acequia.

-Continuará-

Por: Guillermo Aguirre